jueves, 17 de marzo de 2016

Subida al Avila I: La casa de Rebeca

He dudado mucho sobre cual sería la primera entrada de mi blog y decidí que fuese una historia sencilla pero que mostrara más o menos de que va lo que pienso compartir por esta vía. Pasa que cuando estoy en Caracas amo subir al Waraira Repano (antes Avila), cuando me acompaña un primo o un amigo soy feliz pero definitivamente la he pasado mejor subiendo solo. Deben saber quienes no son venezolanos que Caracas es muy peligrosa pero eso no evita que muchos nos neguemos a abandonar los espacios libres a la delincuencia. Por eso muchos subimos al Avila una bella montaña que se puede ver al norte desde cualquier punto de Caracas.

La visita que les contaré es inolvidable. Llegué en metro hasta la estación Altamira. Normalmente doy dos o tres vueltas a la Plaza Francia haciendo un breve "chanceo", eso es coqueteando, viendo si hay otros chicos que andan en lo mismo y quizá subir a la montaña juntos donde cualquier cosa puede pasar. Ese día no conocí nadie y decidí caminar hasta la entrada de la montaña.

Entrando hay dos caminos principales: uno que lleva a Sabas Nieves y otro a "las cascadas". El primero es el más seguro y a donde va la mayoría, hay mucha gente guapa haciendo ejercicio. El segundo es el más interesante y peligroso (quizá esto es una redundancia) y no es raro encontrar con quien hacer algo rico o por lo menos hacer un poco de delectación voyeurista gay.

En el segundo camino hay varios puntos calientes. Uno que me gusta es la llamada "casa de Rebeca" que está a unos 15 minutos caminando desde la entrada, esto es una especie de laberinto natural donde van muchos chicos cachondos a buscar un poco de placer. Más adelante hay unas pequeñas cascadas donde las cosas se ponen calientes después del atardecer y aún más adelante hay unas torres eléctricas. Debo decir que en todos me han pasado cosas interesantes y les contaré una de esas experiencias.

Normalmente subo en la tarde (odio el calor y el sol intenso), pero esa vez subí en la mañana. Caminé rápidamente hasta las primeras cascadas y me senté un rato a observar. Había varias familias bañándose. Cuando iba de vuelta vi un chico moreno sentado en las piedras más altas cerca de la cascada. Lo miré, me miró (esta frase va a ser muy común en este blog). El tendría unos 24 años, era moreno oscuro,  delgado pero no tan flaco, su cara me parecía interesante. Yo tenía unos meses fuera de Venezuela en un país donde para ver un moreno tenía que buscar un espejo y descubrí por allá que los morenos me gustaban. Le sonreí, el me sonrió. Hizo una mueca con la boca, muy difícil de describir. Los venezolanos hacemos muchas expresiones con la boca, este en particular siginificaba una cosa: sígueme por aquí por el camino de la izquierda. Lo seguí, lo alcancé, le hice dos preguntas quizá tontas: ¿Cómo te llamas? ¿Eres gay? A preguntas estúpidas vinieron respuestas estúpidas: "No es tu problema, eres sapo?" y "No chamo, ¿qué te pasa?". Mi tercera pregunta: "¿Entonces, qué quieres?", al fin una respuesta con sentido: "Que me mamen el guevo". Esa respuesta me hipnotizó y lo seguí mientras se internaba en "la casa de Rebeca".

Unos cien metros dentro del laberinto el chico se detuvo y se bajó un poco su pantalón deportivo, lo suficiente para descubrir su pene aun semiflácido. Intenté darle un beso en los labios pero no se dejó, quizá porque yo en ese momento tenía una roncha debido a un herpes labial que se estaba cicatrizando, quizá por ser de esos heterosexuales que una que otra vez buscan satisfacción sexual con un hombre fácil (como yo). Él simplemente empujó mi cabeza hacia abajo y me hizo besar su pene, el cual fue poniéndose cada vez más duro. Tenía un tamaño normal y un poco grueso.

Mientras estamos en plena faena, se acercó un tipo ya maduro, de unos 45 años, masturbándose muy cerca esperando que yo le diera el mismo trato a su herramienta. Era un tipo blanco de buen cuerpo y gran pene, pero no me atraen los maduros. Lo ignoré.

El chico no tardó en eyacular. Me preguntó si podía hacerlo dentro de mi boca, le dije que no pero que podía hacerlo en los labios. Luego de terminar pasó algo un poco bochornoso: ¡su pene estaba cubierto de sangre!. Sucedió que mientras le hacía oral mi herida en la boca se rompió y sangré una buena cantidad. Se notó su enojo por eso, por lo cual guardó su pene y seguimos caminando de vuelta como si nada hubiese pasado. El volvió a las cascadas y yo fui hacia la salida del parque.

El tipo maduro me persiguió hasta el metro. Me limité a ignorarlo. Nunca más vi al moreno.